Sóla en el viento, revolcándose entre esperanzas y sueños rotos. Se levanta, y sale de su refugio a correr por su libertad, mientras sin saberlo destroza poco a poco su única salida hacia ella. No tenía un punto de vista, ni sentimientos definidos. No tenía salud ni estaba enferma, no sabía leer y escribir, pero no era analfabeta. Lo único que deseaba era correr, como si el tiempo fuera algo inexistente, como si los días no pasaran, corrió hacia el sur, norte, hacia sus sentimientos que no encontraba, o quizás, hacia algún lugar que no conocía. Quería saber, quería sentir, quería el amor, la paz, el odio. Al fin y al cabo quería salir de esa jaula en la que vivía.
Entonces corrió, y saltó hacia la deriva. No encontró lo que buscaba, tan sólo se aproximó por un minuto a su respuesta, a su salida. Una aproximación que acabó en sesenta segundos que para ella duraron años. Una eternidad. Disfrutó cada uno de esos segundos.
Conoció lo que buscaba: la felicidad, el odio, el amor. Ya no le importaba si no los volvería a sentir, al menos sabía que existían.