Sueña un sueño despacito, entre mi manos, hasta que por la ventana suba el sol.

Capítulo VII- El Principito

No se debe nunca escuchar a las flores. Sólo se las debe contemplar y oler. La mía perfumaba mi planeta, pero yo no era capaz de alegrarme de ello.

lunes, 19 de julio de 2010

E


Ella soñaba que era libre, que luchaba, que jugaba, que ganaba, que vivía. Ella soñaba. Infinitos años pensando. Infinitos años llorando, durmiendo, perdiendo.
Nunca supo qué pensaba ni porqué perdía. Pero había algo que sabía: era prisionera de sus miedos. Le habían escondido la llave de la libertad. Lloró y lloró por ella. No pudo creer el poder de impunidad que existía. Intentó recordar sus sueños, pero sólo halló miedos.

El Río

Desesperadamente escucho risas en un silencio increíblemente sordo.
Cuando miro al rededor y pasa a mis pies un río de lágrimas, pienso en sumergirme en ellas como pocas veces me imagino. Ya no basta con dejar caer unas gotas de ojo al suelo. Hay más.
En aquel río se ve reflejada la vida, una vida, mi vida. Pasa a través de mi cuerpo y recuerdo. Recuerdo amores, desamores, odio, ira. Se me llena el alma de pensamientos. No se detienen. Son como una máquina que no deja de sonar, que no deja de funcionar.
Ese río me permite imaginar, soñar, pensar. Me permite al menos, ser libre en mi interior. Y para expandir la libertad, tan sólo hay que dejar que ese río llegue al mar.